Colaborando con Diario Mistral. |
Patones y sus nubes |
Mucho más tarde descubrí que el sitio al que nos llevaron se llamaba la Pedriza, y que era un buen sitio para dar buenos paseos por la vereda del río Manzanares y disfrutar de sus vistas. A fuerza de ir a pasear, acabé aventurándome cada vez más dentro de la Pedriza, hasta franquear esa misteriosa frontera situada mas o menos a la altura del Tolmo, que separa la pedriza "anterior" de la "posterior".
Lo malo de buscar aventuras es que a veces las encuentras, así que no fueron pocas las veces que acabé haciendo el jabalí entre las jaras, o trepando por meños bastante empinados, o directamente haciendo algún destrepe de esos "locos" con botas de montaña. El problema es que cuanto más andaba por la Pedriza, mas embobado me quedaba viendo esos muros enormes, prácticamente lisos, que surcaban esos paños de roca que te llevaban a cimas con formas mas raras aún que sus nombres.
Así que para ir un poco más seguro, decidí hacer un curso para rapelar, y poderme bajar de esos meños en los que me enriscaba sin problemas. Bendita ignorancia. Tras buscar bastante por Internet (no tenía ningún contacto escalador) encontré un sitio al lado de casa en el que impartían cursos de escalada. Lo de escalar incluía rapelar, así que sonaba bien. Hablé con ellos por teléfono, me dijeron que lo único que tenía que comparme eran unos pies de gato, y que fuese tal día.
El pontón de la oliva |
El curso lo organizaba el club de montaña Placax, ubicado en el Pabellón Europa, en Leganés. Cuando entré allí, me encontré un pasillo bastante lóbrego, con paredes muy inclinadas, y unos tíos muy recios colgados por allí como monos de un lado para otro. "¿ y esto es escalar ? pues vaya tela, pensé". Allí nos presentaron a nuestro profesor: Jaime. Jaime nos miró, nos dijo que nos iba a enseñar a escalar, nos dió un trozo de cuerda y nos enseñó a hacer el ocho. Nos dijo: hacerlo hasta que os salga solo. Ale. "¿ y ... cuando se escala ?".
Al siguiente día volvimos a hacer ochos, y nos dijo que nos pusiésemos los pies de gato. Fuimos al muro más vertical de la "cueva" y nos dijo que fuésemos para un lado y para otro, poniendo los pies en las presas, y agarrándonos a ellas. Aquí empezó el drama. Qué dolor de manos, de pies y de todo. Las siguiente semanas fueron peor, porque Jaime nos llevó "a fuera" que es donde están montadas las vías, y nos enseñó a escalar de primero, a poner las cintas, y a montar los descuelgues. Todo lo necesario para que fuésemos autónomos. Ahí conocimos lo que significa escalar de primero, lo "pino" que puede llegar a ponerse la cosa, y el miedo que es capaz de sentir una persona cuando experimenta (o se cree, más bien) experiencias cercanas a la muerte. Y sí, además, aprendimos a rapelar.
Total, que el curso terminó y yo "aprendí" a escalar. Así que me compré todo lo que hace falta para escalar, es decir, una cuerda, un arnés, ocho cintas, un kit de reunión y un grillo y me fuí a escalar a donde va todo el mundo a escalar a Madrid: a Patones.
Imaginaos la situación: Pontón de la Oliva, 10 de Agosto, Sábado, las 11 de la mañana. Buscando las vías fáciles. Dos personas con un mes de experiencia ... en rocódromo. Antes no era como ahora que está todo lleno hasta los topes, así que con ayuda de la guía conseguimos encontrar (tarea que nos llevó casí 1 hora) la vía más fácil que pudimos, "Diedro Perejil, IV+". "Total, en rocódromo hago V+ ... esto es fácil".
No es el diedro perejil, pero más o menos. |
Creo que no he pasado más miedo en mi vida, de verdad. La transición de rocódromo a roca es, cuanto menos... peculiar. Busco el primer seguro... no encuentro nada. "Ah, si, allí arriba está". Hay que poner un pie aqui, otro allí... no llego, no puedo, apretones de 6c+ ... chapas el primer seguro agarrándote a la cinta... el corazón se sale por la boca... sabor a cobre... el compañero te pilla con el grillo con cara de miedo... "venga que ya lo tienes", te grita. Ves lo que te queda. Te parecen 20 metros, pero el seguro solo está a unos tres metros escasos, pero qué tres metros. Te das magnesio. Kilos de magnesio. Las manos te chorrean. Los gatos que en el rocódromo estaban muy bien escurren. Los cantos son pequeños, no como las presas. Te da la moto. Te da mas moto. Agarras el canto "pequeño", haces un bloqueo de 7b+ y consigues mosquetonear la cinta express. Te agarras a ella. Notas que te resbalas. "Dame. DAMEEEE", gritas. Ves que te caes. Que se acaba. Pillas la cuerda como puedes. Tu compañero no es capaz de sacarla del grillo. Tiras. La clavas. Tiras más. Sacas un poco. La pasas, PILLLAAAAAAAAAAAAAAA. Tienes la impresión de haber escapado de la muerte por segunda vez.
"Venga que ya es la última". Piensas en bajarte de ahí. Pero claro, no vas a abandonar la cinta express que ha costado 1300 pelas. Rebuscas algo de valor en el fondo de la magnesera. Tienes las manos empapadas de sudor. De sudor frío de ese que genera el miedo. "Venga, si ya está", intentas autoconvencerte. Ya casi en modo desesperado, gritas "voy". Das un par de pasos. Sales de la seguridad de la express. Titubeas. Tiemblas, "no voy a poder". Das un par de pasos.... y reunión.
El ocho, que no falte. |
Respiras como si hubieras estado 2 minutos en el agua. "Venga, ya está". Ahora hay que bajarse, pero antes hay que montar el descuelgue, porque tu compañero visto lo visto, dice que no sube. "no no, otro día, que ya es muy tarde". Intentas recordar como va. En el rocódromo tienes dos argollas, pero aquí hay una especie de eslabones con pinta cochambrosa. Uno de ellos es un maillón, pero claro, eso no sabes lo que es. La cuerda no pasa bien. No hay sitio para poner el cabo de anclaje. "Voy a morir otra vez ahora en lo fácil", piensas. Resoplas como si estuvieras desactivando una bomba cuando te cuelgas del cabo de anclaje y te desatas. Pasas la cuerda corriendo. Haces el ocho. Lo revisas. Lo vuelves a revisar. "que no se suelte", piensas. "Pilla". El compañero tensa. Tu te quedas colgado de tu cuerda de nuevo. "Baja, tío, baja".
Llegas al suelo. No eres casi capaz de mantener el equilibrio, pero lo consigues, te desatas y el compañero quita el grillo. "vaya tela, eh?" te dice. Las sensaciones son extrañas. Por un lado has estado "a punto" de morir varias veces, y aunque si lo piensas no es verdad, tu cuerpo dice lo contrario. Por otro lado tienes esa sensación de haber resuelto la situación, incluso de haber disfrutado un poco de la experiencia, es extraño. "Bueno, vámonos a casa, no?" guardamos el material y andamos hasta el coche, mientras comentamos la experiencia.
El grigri, el seguro por excelencia en escalada deportiva |
Supongo que es la mezcla del miedo que pasas, la lucha interna por no abandonar, la satisfacción de la autosuperación... no lo se explicar bien. Si se que desde aquel día no he dejado de escalar siempre que he tenido oportunidad. Sobre todo cuando redescubrí la pedríza y su adherencia cardíaca. Y sus escaladas clásicas de IV. Pero eso es otro post. Lo único que si tengo claro, que aquel día me convertí en el Capitán Penurias. Y hasta hoy.
1 comentario:
¡Muy bueno!
El día uno en el diario de cualquier escalador. El peor y el mejor, casi seguro.
Saludos
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